La carrera por la vacuna
Es esperanzador saber que más de 160 proyectos de investigación compiten aceleradamente por hallar la vacuna contra el COVID-19, exactamente 164 según el último informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Dicen los expertos que es impresionante el ritmo de desarrollo y avance en los ensayos clínicos. Afirman que lo que en otros casos hubiese llevado años, ahora solo ha requerido meses. Hay quienes dicen que a finales de 2020 la humanidad dispondrá de la tan anhelada vacuna.
Los proyectos de investigación de cualquier tipo de medicamento deben cumplir, por protocolo, tres fases de ensayos clínicos. Según el último informe de la OMS publicado el 31 de julio, de los 164 proyectos, 26 se encuentran en fase clínica. De éstos, 6 van de primeros en esta carrera, ya están en la fase 3. Son 1) el de la Universidad de Oxford conjuntamente con la empresa farmacéutica AstraZeneca; 2) la empresa China Sinovac; 3) el Instituto de Estudios Biológicos de Wuhan con Sinopharm (Grupo farmacéutico nacional de China); 4) el Instituto de Productos Biológicos de Beijing también con el Grupo Sinopharm; 5) la empresa estadounidense Moderna conjuntamente con el Instituto de Enfermedades Alérgicas e Infecciosas de EEUU; 6) la empresa farmacéutica estadounidense Pfizer con la alemana BioNTech y la china Fosun Pharma.
¿Por qué una vacuna, por qué la carrera?
No debe sorprendernos esta carrera de velocidad para hallar la vacuna. El COVID-19 a diferencia de otras enfermedades presenta unas particularidades que son grandes incentivos para que el complejo farmacéutico industrial y financiero invierta importantes recursos en la investigación y desarrollo de una vacuna.
En primer lugar, y a diferencia por ejemplo de la diabetes, el COVID-19 es contagioso. A pesar de que la diabetes es la séptima causa de muerte en el mundo, alrededor de 422 millones de personas la padecen anualmente y mueren por causa directa 1,6 millones al año, aún no contamos con una cura ni tratamiento preventivo.
La tasa de contagio del COVID-19, según los recientes estudios, se ubica en 5,7. Una persona con la enfermedad puede contagiar hasta 6 personas más. Enfermedades como por ejemplo el sarampión, altamente contagiosa (de 12 a 18) cuenta con su vacuna preventiva, igualmente la viruela, ya erradicada por la vacuna, cuya tasa de contagio era de 3 a 6. En cuanto a la influenza, que también dispone de vacuna, la tasa es 2,8.
En segundo lugar, el COVID-19 es una enfermedad relativamente letal, la tasa asciende a 3,83%, es decir, por cada 100 personas contagiadas, fallecen 4 en promedio a nivel mundial. La letalidad de la influenza es 0,01% y del sarampión 1,1%. En el caso de la viruela, la letalidad llegó a ser del 30% y en los casos hemorrágicos el 95%.
Hay un tercer factor que para los velocistas de la industria farmacéutica tiene mayor peso en esta carrera por la vacuna y es que el COVID-19 no se puede cronificar. La investigación está orientada a una vacuna para prevenir el contagio y no un tratamiento paliativo para mantener a la persona dependiente del medicamento por el resto de su vida como ha sido el caso de la diabetes o del VIH/SIDA. En estos dos casos, la industria invierte en la investigación de medicamentos no para curar, mucho menos para prevenir, sino solo para paliar los síntomas de la enfermedad.
La OMS estima que 38 millones de personas padecen de VIH/SIDA, 33 millones han fallecido por esta enfermedad. Solo en 2019 murieron 690.000 personas y se enfermaron 1,7 millones. La enfermedad ha sido cronificada y de hallarse la vacuna, la industria farmacéutica dejaría de ganar por lo menos US$ 250.000 millones de aquí al 2050. Es un asunto de negocios.
En el caso del COVID-19 se suma un cuarto factor y es la afectación de la economía mundial debido al confinamiento. Según estimaciones del Banco Mundial, la economía se contraerá 5,2% en 2020, la peor recesión desde la Segunda Guerra Mundial, el comercio mundial entre 13% y 32% y el turismo podría disminuir entre 60% y 80%. Esta situación también afecta el bolsillo de los capitales (bueno de algunos, porque otros como por ejemplo Bezos, están haciendo su agosto con la pandemia) situación que repercute sobre los negocios.
El negocio de la vacuna
Para impulsar el desarrollo de la vacuna contra el Covid-19 y financiar la investigación, tanto la CEPI (Coalición para las Innovaciones en Preparación para Epidemias) como GAVI (La Alianza para la Vacunación) y la OMS crearon la iniciativa COVAX. Casualidad o no, la CEPI se creó en 2017 en el Foro Económico Mundial en Davos, el de los grandes empresarios del mundo. La fuente de financiamiento son fondos públicos y privados filantrópicos, incluyendo los del Banco Mundial. Lo que mueve a este grupo es lo que se lee en su portal web “la introducción de una vacuna evitará la pérdida de US$ 375 mil millones a la economía global cada mes”.
Para que todo quede en casa, la CEPI es la que está financiando a la empresa estadounidense Moderna, la misma que listamos antes que se encuentra en la fase 3. Le dio US$ 2.000 millones de dólares para cubrir el proyecto. No solo eso, esta empresa forma para del Instituto Nacional de Enfermedades Alérgicas e Infecciosas de EEUU dirigido por Anthony Fauci. Además, a pesar de que ha adelantado la investigación con donaciones, ya anunció que una vez desarrollada la vacuna, esta tendrá un precio de 30US$ cada dosis, son dos dosis, o sea, 60US$.
La Universidad de Oxford y AstraZeneca, también en fase 3, han informado que el precio de su vacuna solo cubrirá los costos, alrededor de 2,5 euros cada dosis, solo proponen 1 dosis. Saquemos cuentas de las ganancias de Moderna/EEUU en este negocio de la vacuna. ¿Dónde habrá quedado la filantropía de CEPI, GAVI y COVAX?
Los chinos, con 2 proyectos en fase 3 de evaluación clínica, han anunciado que, una vez desarrollada la vacuna, esta será de acceso universal y gratuito. Lo propio han dicho los rusos. Al respecto, de acuerdo con el último informe de la OMS, el proyecto del Instituto de Investigaciones Gamaleya de Rusia aún se encuentra en la fase 1 de ensayos clínicos.
En todo caso, la vacuna debe ser de acceso universal y gratuito. No hay derecho de propiedad intelectual ni patente que valga en este caso.
En la reunión de la OMC realizada en Doha en 2001 se acordó “afirmamos que dicho Acuerdo (el de las patentes) puede y deberá ser interpretado y aplicado de una manera que apoye el derecho de proteger la salud pública y, en particular, de promover el acceso a los medicamentos para todos. A este respecto, reafirmamos el derecho de los Miembros de la OMC de utilizar, al máximo, las disposiciones del Acuerdo sobre los ADPIC, que prevén flexibilidad a este efecto”.
Qué mayor necesidad de proteger la salud pública y garantizar el acceso de medicamentos para todos, que esta emergencia sanitaria mundial declarada oficialmente por la OMS desde enero de este año y ya convertida en pandemia.